La alimentación en peligro por el acaparamiento de tierras. Africa

Cuando uno se sumerge en un archivo como el de la soberanía alimentaria, se encuentra allí un hecho interesante y desea analizar más de mil preguntas. El hecho es que el hambre en el mundo sigue siendo uno de los problemas más graves a los que se enfrenta la humanidad. La última cifra aumenta a 815 millones, las personas desnutridas, África tiene la realidad más alta. La proporción en el continente africano es tal, que alcanza el 27’4 por ciento de su población, casi cuatro veces mayor que en otros lugares. La ONU en su último informe, ha enviado una fuerte y clara señal de advertencia, indicando que será difícil cumplir con el objetivo de liberar al mundo del hambre y la desnutrición para 2030, si no se realizan grandes esfuerzos y nuevas formas de trabajo.

Pero, ¿Qué nuevas formas de trabajo? ¿Dónde se encuentra la fuerza para renovar los esfuerzos?

Este último informe de la FAO se centra en los vínculos obvios entre conflicto e inseguridad alimentaria. En muchos países afectados por conflictos, la agricultura de subsistencia desempeña un papel vital en la seguridad alimentaria de la mayoría de la población. Y las consecuencias de estos conflictos a menudo golpean a los campesinos y su forma de vida. El poco deseo de trabajar en el campo les impide realizar las tareas necesarias. Además, el desplazamiento de las poblaciones sigue en aumento, sus tierras son abandonadas, los hogares y comunidades privados de alimentos.

Sin embargo, por otro lado, la feroz competencia por los recursos naturales puede desencadenar conflictos. Estos recursos naturales pueden ser metales preciosos pero también los indispensables para cubrir necesidades primarias en África, como el agua o la tierra. Como señala el informe, desde 2000 la mitad de todos los conflictos civiles se han producido en África, en contextos donde el acceso a la tierra es esencial para los medios de vida y donde los problemas de la tierra han jugado un papel importante (27 conflictos de 30).

Es círculo vicioso del conflicto y de la inseguridad alimentaria. El conflicto armado conduce a una caída dramática en la seguridad alimentaria, debido a efectos indeseables que pueden ocurrir, en el peor de los casos, si la ayuda alimentaria es utilizada por una de las facciones en detrimento de otra. Esto nos hace pensar en las luchas tradicionales periódicas entre tribus rivales de ganaderos y granjeros. Desde hace algún tiempo, la transformación de los sistemas agroalimentarios a nivel global, ha creado nuevas situaciones de rivalidad y tensión.

Las grandes empresas están presionando cada vez más para adquirir tierras fértiles, a precios inimaginables para los países desarrollados, y luego suplantar los productos habituales que han sido siempre, aunque de manera precaria, la mejor garantía de alimentos para las personas que viven allí. Hemos sido testigos en los últimos años de una carrera para capturar vastas extensiones de tierras fértiles, que se supone están sin explotar, porque a los ojos del hombre moderno, la agricultura de subsistencia ya no es una actividad mercantil.

Parece que la lógica económica nos obliga a recortar todo lo que es improductivo, a excluir del uso de la tierra a las personas que no tienen otro medio de vida y que apenas logran sobrevivir. Es más eficiente extraer un mayor beneficio para otros que pueden disfrutarlo más. Este pensamiento atroz, fuertemente cuestionado por la doctrina social de la Iglesia, a veces influye en las decisiones sobre la tierra.

Como resultado, el acaparamiento de tierras se ha convertido en un peligro obvio para los campesinos en África. Es otra forma de ejercer violencia sobre las personas más vulnerables, que supone a veces la violencia directa con las fuerzas armadas, y la intimidación indirecta que lleva a manipular la voluntad de la población. Los inversionistas y sus intermediarios utilizan una amplia gama de tácticas: promesas de inversiones sociales como centros de salud o pozos de agua, garantía de empleos en la nueva granja, etc. Las tierras se venden bajo la apariencia de desarrollo y progreso y reciben una compensación ridícula pero atractiva para los jefes de familia que están acostumbrados a luchar por la subsistencia. Y, cuando se concede el consentimiento, las promesas a menudo no se cumplen. Desafortunadamente, también ha habido otros métodos más rápidos, que ni siquiera intentan obtener el consentimiento de las personas que permanecen completamente ignoradas.

En todos los casos es un ataque contra la dignidad de los agricultores y sus familias que han demostrado, sin embargo, una gran capacidad de recuperación hasta ahora, pero que vergonzosamente están privados de sus propiedades más preciadas: la tierra. La sabiduría popular dice que no hay nadie más indefenso que un campesino sin tierra. Todo el mundo sabe cuándo llegan las ofertas de compra o de desplazamiento. Algunos lo enfrentan, a veces, con resistencia heroica. Otros dan su consentimiento, pero están desconsolados, porque la tierra no solo les proporciona sustento sino que también contiene sus raíces; es agricultura, pero también cultura.

Sin embargo, las políticas de desarrollo agrícola efectuadas en África, tienden a ignorar esta realidad para adherirse a las directrices de los agro-negocios y se enfocan como grandes proyectos orientados a la exportación e intentan explotar la tierra para una mayor productividad, a pesar de las necesidades de la población rural. La Red Europea para África Central acaba de publicar un informe de política, destinado a analizar estas estrategias en Ruanda e identificar cómo la UE podría ser mucho más coherente en el logro de sus objetivos de combatir la pobreza y la sostenibilidad ambiental. Sin embargo, el gobierno de Ruanda, con el apoyo financiero de la UE, se ha comprometido a transformar el sector agrícola en mercados internacionales, a pesar de las necesidades de la agricultura familiar y los mercados locales. El dossier también revela la miopía de los resultados, aparentemente excelentes, de la intensificación agrícola en el país, ya que los índices de inseguridad alimentaria de las poblaciones rurales, y especialmente de desnutrición infantil, siguen siendo muy preocupantes.

Si queremos alinearnos con los objetivos del desarrollo sostenible y priorizar el fin de la desnutrición y la pobreza extrema, deberíamos invertir en un modelo agrícola que priorice los intereses y necesidades de los agricultores más vulnerables y los apoye con el personal técnico agrícola, que valore sus gastos y sepa cómo obtener más ganancias para los hogares rurales. Sería la mejor manera de aumentar el empoderamiento de la comunidad, a la vez que se conservara el control de la tierra, los conocimientos técnicos y, al mismo tiempo, se mejoraría el modo de acomodarse a los factores externos. También sería, tal vez, la nueva forma de trabajar, que el informe de la FAO antes citado, reclama, permitiendo que las poblaciones rurales permanezcan. Es una opción, que esta vez prioriza la lucha contra la pobreza y la malnutrición y, al mismo tiempo, es realmente más efectiva y más sostenible. Es una opción que crea flexibilidad para promover la seguridad alimentaria, pero también suscita la paz, una opción que da paso a la esperanza de manera que fortalece los esfuerzos renovados hacia un futuro sin conflictos armados y sin hambre.


Alfredo Marhuenda

Desde AEFJN -Bruselas

Traducido para AEFJN-Madrid


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